2 Cuentos de Payasos Terroríficos
Estas 2 historias sobre payasos seguro de dejaran la piel helada, con un escalofrío que no te dejara dormir.
El Circo de las Almas Perdidas
Había un circo que solo se presentaba durante las noches de luna llena. Nadie sabía de dónde venía ni quiénes eran sus integrantes, pero su mera presencia causaba escalofríos en el corazón de quienes lo divisaban desde lejos. Los rumores hablaban de que en ese circo macabro, los payasos eran en realidad almas perdidas con sed de venganza.
Una noche, un joven llamado Diego, valiente y curioso, decidió adentrarse en el misterioso circo para descubrir la verdad detrás de las leyendas. Con cada paso, la atmósfera se volvía más densa y opresiva, como si las sombras del pasado se abalanzaran sobre él.
Dentro del circo, las luces titilantes iluminaban un escenario decadente y una carpa repleta de espectadores vestidos de negro. En el centro, un payaso de aspecto tétrico y una sonrisa siniestra captaba la atención de todos. Diego no podía apartar la mirada de aquel rostro grotesco y lleno de odio.
El payaso se dirigió hacia él y lo invitó a subir al escenario. Con una voz gutural y melódica, comenzó a contar la historia del circo maldito. Hace décadas, el circo estaba liderado por un payaso cruel y despiadado, que maltrataba y explotaba a sus compañeros.
Un día, hartos de su sufrimiento, los payasos se rebelaron y asesinaron al líder. Sin embargo, en el acto de venganza, se desató una maldición que los condenó a vagar eternamente en el circo, atrapados en sus retorcidas apariencias y obligados a divertir a las almas infortunadas que se atrevieran a adentrarse en su dominio.
El payaso invitó a Diego a participar en un juego macabro. Si ganaba, sería libre de marcharse, pero si perdía, su alma quedaría atrapada en el circo para siempre. Diego, decidido a descubrir el secreto que lo atormentaba, aceptó el desafío.
El juego consistía en encontrar una llave dorada escondida en el laberinto oscuro del circo. Diego recorrió los pasillos laberínticos, pero la oscuridad y las risas macabras de los payasos lo atormentaban en cada paso. El tiempo pasaba rápido, y la angustia lo embargaba.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Diego encontró la llave dorada. Sintió un respiro de alivio, pero la felicidad fue efímera. La llave no encajaba en ninguna cerradura del circo, y los payasos se burlaban de él con risas ensordecedoras.
El payaso siniestro se acercó a Diego y le reveló la verdad. La llave era solo una ilusión, parte del juego macabro que nunca podría ganar. Su alma estaba condenada a unirse a las almas perdidas del circo, una más en la colección de espectros vengativos.
Diego se dejó caer de rodillas, con lágrimas en los ojos y un grito ahogado en la garganta. El payaso malévolo lo tocó con sus frías manos, y en un instante, su cuerpo desapareció, dejando solo su risa etérea flotando en el aire.
El circo de las almas perdidas siguió existiendo, atrapando a nuevos incautos que caían en su trampa siniestra. La leyenda de aquel circo maldito se extendió por las tierras circundantes, y nadie se atrevió a desafiarlo jamás.
En las noches de luna llena, las risas macabras del payaso siniestro resonaban en la oscuridad, recordando a todos que en algún lugar, el circo de las almas perdidas seguía esperando, con sed de nuevas víctimas.
La Risa del Payaso Errante
En un pequeño pueblo, la llegada de un circo ambulante era motivo de celebración. Los niños esperaban ansiosos para ver a los coloridos payasos y disfrutar de los emocionantes espectáculos. Sin embargo, esa alegría se tornó en terror cuando un payaso solitario, con una risa estridente y macabra, comenzó a aparecer en las calles del pueblo todas las noches.
La gente lo apodó «El Payaso Errante», ya que nunca se le vio en el circo junto a los demás artistas. Su presencia era perturbadora, y su risa penetraba en los sueños de los habitantes, atormentándolos durante la noche.
Una noche, una valiente joven llamada Valeria decidió enfrentar sus miedos y seguir al payaso para descubrir el origen de su inquietante risa. Lo siguió sigilosamente por las calles hasta llegar a un antiguo cementerio en las afueras del pueblo.
Allí, entre las tumbas y la oscuridad, Valeria vio al payaso sentado junto a una lápida. Su risa se volvía más intensa y siniestra mientras miraba fijamente la inscripción en la tumba.
Valeria se acercó con cautela y, para su sorpresa, reconoció el nombre grabado en la lápida: «Mateo García, el payaso amado».
Entonces, el payaso errante levantó la mirada y fijó sus ojos en Valeria. Sin decir una palabra, la invitó a sentarse junto a él.
Con un nudo en la garganta, Valeria preguntó: «¿Por qué ríes de manera tan perturbadora? ¿Quién eres?»
El payaso soltó una risa amarga y reveló su trágica historia. Mateo García fue un payaso querido en el circo ambulante que visitaba el pueblo muchos años atrás. Su risa era contagiosa, y todos lo adoraban.
Sin embargo, una noche, un terrible accidente en el circo le arrebató la vida de manera repentina. Desde entonces, su espíritu quedó atrapado en este mundo, y su risa se convirtió en un eco eterno de sufrimiento y soledad.
Valeria sintió compasión por el alma atormentada de Mateo. Le prometió ayudarlo a encontrar la paz que tanto anhelaba. Juntos, emprendieron un viaje para buscar una antigua reliquia que podría liberar su espíritu y permitirle descansar en paz.
Durante días, recorrieron lugares oscuros y olvidados, enfrentando peligros y pruebas, pero su determinación nunca flaqueó. Finalmente, encontraron la reliquia en lo profundo de una cueva misteriosa.
Valeria realizó el ritual con cuidado, y una luz brillante envolvió al payaso errante. Por un momento, el aire se llenó de risas alegres y cálidas. Mateo García se desvaneció, dejando una sonrisa de gratitud en el rostro de Valeria.
A partir de esa noche, la risa del payaso errante desapareció del pueblo, y en su lugar quedó el eco de risas alegres que traía recuerdos felices a los corazones de todos.
Valeria siempre recordó a Mateo con cariño y la lección que aprendió: que el amor y la compasión pueden liberar a las almas atormentadas y traer paz a quienes sufren. Desde entonces, cada vez que pasaba por el antiguo cementerio, dejaba una flor en la tumba de Mateo, sabiendo que su risa había encontrado finalmente su lugar en el mundo.
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